viernes, 30 de junio de 2006

Doble rasero

Garabateando la memoria con algo más que tinta indeleble, la historia de este país ha castigado a contemporáneos y antepasados con tres guerras civiles. Y digo a contemporáneos y antepasados porque a pesar de que algunos intenten enterrar y casi negar que existieran, el carácter determinista de la historia hace que hechos pretéritos condicionen el devenir de las cosas, y estas lo siguen haciendo y de qué modo. Y sobre todo una, la última, aquella en la que el ejército, la nobleza latifundista y la Iglesia decidieron defenestrar por las armas un sistema político que, aunque con imperfecciones, al menos gozaba de la legitimidad que otorgan las urnas. Una guerra civil así definida desde el punto de vista paisajístico y de localización, pero que estrictamente fue una guerra de clases en la que el bando sublevado pretendía apropiarse definitivamente de los centros de poder, tanto económicos como políticos. Y de algún modo lo consiguieron pues basta con observar que las familias y corporaciones encargadas de administrar la “Victoria” siguen ostentando las mismas fortunas e influencias, incrementadas y multiplicadas, que entonces hegemonizaban el poder y que actualmente siguen vigentes. En definitiva, que esta guerra “civil”y su posterior tiranía sentaron las bases para definir, entre otras muchas cosas, quienes debemos pagar actualmente una hipoteca para acceder a una vivienda y quienes se benefician de nuestra necesidad.

Y qué hablar de la dictadura que sobrevivió al golpe, una dictadura que en todo momento se encargo de dejar bien claro quienes eran los vencedores y los vencidos, utilizando para ello la solemnidad de la tribuna política, la sobriedad del púlpito eclesiástico, el respeto de la tapia del cementerio, el silencio de las fosas comunes y barrancos y la rotundidad que generan 200.000 ejecutados (Eslava Galán “Una historia de la guerra civil que no gustará a nadie”). Una dictadura que se inventó una transición por la cual todo quedaba oficialmente olvidado en nombre de la sacrosanta “reconciliación de los españoles”, la misma que no fue posible 40 años antes sin que mediara un exterminio del bando contrario total, terrible y despiadado. Las piedras enterraron a “paseados” y “rojos”, pero en el año 75 fueron sus memorias las que sucumbieron a al ley del silencio impuesta por la “ejemplar transición española”. La derecha seguía manejando el cotarro. La izquierda oficial, ávida de poder, accedía a las peregrinas condiciones del borrón y cuenta nueva y los familiares de los represaliados a contemplar como sus muertos eran ignorados por el nuevo”reencuentro entre españoles”. SILENCIO.

Actualmente se presenta ante nosotros la posibilidad de enterrar el ya longevo conflicto vasco. Bueno, más bien la expresión armada de un problema que surge como respuesta al yugo del franquismo y que continúa en “democracia” al no reconocer ésta, entre otras cosas, el derecho a la autodeterminación de los vascos. No a la independencia o la secesión como algunos se encargan de repetir, sino a poder decidir y elegir democráticamente el destino de sus vidas. Pero resulta que los herederos políticos y sociológicos de aquellos que durante 40 años impusieron la lógica del terror y la pérfida ley de punto final que fue la transición, ahora niegan el pan y la sal a una posibilidad real de paz. Se levantan exacerbados ante un posible cese de la violencia, reclamando para si justicia (que vaya si actúa), como si en otro tiempo ellos hubieran dado oportunidades a la misma. Se retuercen como hombre mancillado ante la viabilidad del fin del conflicto, apelando para ello a la memoria de las víctimas, la misma que patearon y desecharon a la muerte del dictador. Como si la losa de las víctimas del franquismo pesara en su subconsciente, y necesitaran resarcirse aumentando el martirologio de las que, ojo, no son suyas, sino el fruto de una apropiación indebida (ETA se ha cargado a gente de muchas adscripciones políticas). Y para ello no dudan en utilizar arietes tan populistas y reconocibles como la AVT o la COPE (conciliábulo de postfranquistas jaleados y patrocinados por la Iglesia) o intoxicaciones políticas como la irremediable anexión de Navarra a una hipotética Euskal Herria (cuando son los navarros, en última instancia, los que tienen la capacidad de decidirlo, tal y como estipula su Estatuto). En definitiva, gritos y ruido de fondo para evitar que todo esto llegue a buen puerto.

Y ante estas posiciones redentoristas de la derecha española, tan poco dada a heroicidades y tan proclive a los intereses, me surge la duda de si detrás de esta negativa no existirán razones mucho más interesadas. ¿No será que ETA, reconocida como enemigo oficial, genera votos que de otra manera ni la lógica ni la razón proporcionarían? ¿A qué se debe sino esta rechazo tan contumaz a la resolución del problema? ¿La subsistencia del grupo armado supone ganar elección tras elección, y de ahí el empeño de involucrar a al banda en acciones que no cometieron (11-M)?

Desconozco si el PP y sus esbirros conseguirán dinamitar el proceso que con tanta ilusión ha calado entre la gente. Lo único que sé es que de ser así, quedaran bien claras las posturas de unos y otros, de palomas y halcones. De los que queremos la paz y de los que quieren votos a cambio de la muerte asumible de un concejalillo de pueblo cuya viuda utilizarán como reclamo, o que lacerarán si no se somete a sus propósitos propagandísticos.

EN EL 75, ELLOS NOS OBLIGARON A “OLVIDAR”.
¡¡ QUE SE APLIQUEN EL CUENTO!!

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