lunes, 29 de octubre de 2007

¿Y a mi que tu primo?

Cuando la ciencia se pone en cuestión, más si es por motivaciones políticas, la razón es arrumbada para ceder todo el protagonismo a la subjetividad y a los prejuicios interesados. Mal asesorado por su primo, supuestamente físico nuclear, Rajoy se jactaba de su escepticismo ante la evidencia del calentamiento global. Para ello argumentaba que si era difícil diagnosticar el tiempo de un día para otro, todavía lo sería más el hacerlo para dentro de 300 años. Como dijo Ortega: “en este puñetero país discutimos más los hechos que las opiniones”. Y estos son los hechos y los cuatro sencillos axiomas que desarman su atribulada reflexión:

1. El tiempo que va a hacer mañana es un pronóstico que en mayor o menor medida puede ajustarse a lo que acontece en la realidad. Pero el clima es una certeza basada en datos estadísticos recogidos a lo largo de cierto periodo de tiempo, considerando parámetros tales como la temperatura o la pluviosidad y que marca una tendencia, un comportamiento previsible . Ejemplo didáctico: si usted fuma hoy no puedo asegurar que mañana padezca un enfisema, pero si sé que lo hace desde hace cierto tiempo y lo va a seguir haciendo, lo más probable es que lo padezca y no a mucho tardar.

2. En 1896, Arrhenius, físico sueco, descubrió que el CO2, junto a otros muchos gases como el NO y el O3, era capaz de retener parte de la energía que la tierra irradiaba. Y que la cantidad de CO2 en el aire era directamente proporcional a la temperatura del ambiente. Significado físico: a más CO2, más calor.

3. Antes de 1850 la cantidad de CO2 sobre la biosfera era de 280 partes entre un millón y actualmente esta se ha incrementado a 379. En un siglo de revolución industrial el aumento de la concentración de CO2 ha sido mayor que en 650.000 años. ¿Qué hemos hecho de especial durante más de un siglo que no hayamos hecho anteriormente y que haya supuesto tal variación en los niveles de este gas? Quemar petróleo y producir compuestos de efecto invernadero.

4. La estadística climatológica del último siglo marca una clara tendencia al aumento de la temperatura ambiente, y más en las dos últimas décadas del siglo XX, siendo éstas la más calurosas del mismo.

Si concatenamos los dos últimos axiomas, que a la vez vienen corroborados por los dos primeros, obtenemos una relación causa-efecto clara y palmaria: la mayor concentración de gases de efecto invernadero (CO2, NO, O3) procedentes de la combustión de hidrocarburos fósiles (petróleo, gas,...) genera un aumento de la temperatura media. ¿Y qué achaques acarrea esta desviación climática? Los inmediatos: avance de la desertización, deshielo de los casquetes polares, etc. Los secundarios y más perversos: hambre y muerte. Y este aserto, fruto de un exhaustivo método científico (viva Descartes) es tan sólido que ni toda la pléyade de negacionistas que rodea a Rajoy sería capaz de rebatirlo.

Ahora me pregunto: ¿realmente son tan ignorantes los que niegan esta evidencia, o tras estas brabuconadas se esconde una actitud tendenciosa y corporativista? Más me inclino por lo segundo. Reconocer que la emisión de gases es responsable de esta contingencia sería condenar un estilo de vida, el del capitalismo individualista o de estado*, pleno de oropel pero que tanta basura acumula en su jardín trasero. Certificar las maldades del exceso de CO2 sería llevar al cadalso a la revolución industrial y al patíbulo a los hidrocarburos que la hicieron posible y que tantos intereses pretéritos y venideros acumulan. No creo que las petroleras y la industria automovilística, entre otras, vean con muy buenos ojos todas estas “teorías tremendistas de cuatro ecologistas llevados por la vesania”. Confirmarlas supondría su fin. Por ello han de armar barullo con argumentos infantiles y poco científicos. Su proyecto: prolongar los réditos de sus negocios sine die y seguir produciendo aunque sea de manera insostenible.

Pero lo peor de todo es que este cambio climático que nos amenaza muestra su cara más irascible con los desprotegidos. Una variación mínima de las temperaturas y el consecuente advenimiento de la desertización supondrían un cambio de ciclo en las producciones agrarias y ganaderas. Tales alteraciones devendrían irremediablemente en hambrunas y mortandades. Pero a los “del capitalismo de amiguetes” esto se la suda, sobre todo si su balance de cuentas sigue siendo positivo, aunque sea quemando petróleo.

*Considero al comunismo de los países del este capitalismo de estado.

No hay comentarios: