miércoles, 26 de marzo de 2008

El pueblo vota y Botin gana

Se acabó. La versión 5.0 de nuestra querida democracia ha sido actualizada con la casi fratricida resolución de las últimas elecciones. En un ejercicio de autoafirmación ombliguista, el show mediático ha reclamado la presencia de los ciudadanos para participar en la entelequia política que nos acuna. Lástima que después de habernos deleitado la oreja con laudatorios y alabanzas, de habernos otorgado el papel irremplazable de protagonistas del sainete, nos entierren de nuevo en el foso de la cotidianidad hasta que dentro de cuatro años su endeble autoestima necesite de un nuevo estímulo que la ratifique. Huelga decir que mientras tanto seguiremos sufriendo los embates del mercado y las consecuencias de sus inopinadas decisiones. Y yo me pregunto: ¿quién controla el poder omnímodo del mercado, verdadero administrador en la sombra que somete a lo público y hace inaccesible lo privado? Todas las políticas que puedan practicarse estarán siempre supeditadas a los intereses del mercado, y si este no encuentra respaldo en las mismas, la flexibilidad de su látigo se encargará de que las aguas vuelvan a su cauce. Las políticas sociales, únicas en las que puede influir la discrecionalidad de los políticos dependiendo de su adscripción ideológica, serán también una concesión magnánima del mercado. Y si observa que estas transgreden las fronteras que los intereses capitalistas delimitan, no dudará en advertir su disconformidad en forma de diplomática queja que se tornará en violenta desestabilización si sus requerimientos no son satisfechos. Unos serán más osados que otros al aproximarse a los mojones que marca el capital, pero al final ni izquierda ni derecha se atreverán a rebasarlos. Esto me demuestra que la “fiesta de la democracia” no es más que un burdo ejercicio manipulador que hace que el ciudadano se sienta cabeza de cartel en un mundo virtual en el que mandan otros. En estas últimas elecciones el pueblo ha decidido ganar la guerra antes que hacer la revolución evitando que la derecha ultramontana sentara sus posaderas en el poder político, pero al mercado, ese que practica la precariedad, la especulación y el miedo, sólo se le derrota con la revolución. Aunque para eso habría que ver si la gente esta dispuesta a tales menesteres.

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