lunes, 16 de julio de 2007

SanFermines 2007

Domingo 8. Sanfermines.
Iruña.

La algarabía teledirigida a golpe de megáfono y del odioso hit de turno copa el ambiente hasta hacerlo irrespirable. Abigarrada mezcolanza de nacionalidades, colores y actitudes. Caos. Una puta manera más de generar dinero a cuenta del desenfreno dionisiaco. Huyo. En mi evasión doy con mis huesos en el Gobierno Foral, sede de la policía autonómica de Navarra. En la puerta dos de estos funcionarios custodian cuales cancerberos las dependencias del edificio. Vigilan una valla que se abre y se cierra con el constante trasiego de incautos que han meado donde no debían, han tomado lo que no era suyo o han exaltado su ánimo por encima de lo que dicta la moral cristiana. Observo que son forales de paisano, infiltrados entre la multitud, los que recolectan a sus presas. Embutidos en trajes de peñista o de pamplonica, ambientados con el consabido desaliño que otorgan las manchas de vino y atendiendo a las tácitas leyes que la farra ordena en materia de indumentaria, se zambullen en la mesnada en busca del delito. Alguno de ellos llega incluso a mear en la fachada del Gobierno Foral (o al menos simularlo) para que así, a modo de reclamo, otros ingenuos imiten tan desviado proceder y caigan en la trampa de la ley. Recuerdo que estos últimos, los meones, eran requeridos durante unos dos minutos por la policía, tras los cuales abandonaban la estancia mascullando ripios impronunciables y agitando un recibo en el que supongo rezaría la cuantía de la multa. Sin embargo, observo que dos de estos forales camuflados trasladan a sendos individuos hasta la puerta del edificio, y que lo hacen de una forma más destemplada de lo normal ante la pasividad cuasighandina” de los detenidos. Los dos solícitos porteros, a los que bautizo como el “bacala” y la “foralita”, corren la valla y tras ella se pierden captores y capturados. Apurando el litro de cerveza que mostraba ya el culo de un modo impúdico, permanezco sentado atento a las reacciones que coreográficamente escenificaban todos aquellos policías. Unos 20 minutos después, y tras un agitado movimiento del personal, salen del recinto escoltados por agentes los dos mismos personajes. Esta vez eran dirigidos hacia una tocinera y que como curiosa novedad lo hacían con el rostro tapado. “Pudor por verse detenidos”pensaría un voluntarioso “demócrata”(el estado es bueno y todo lo que hace el estado está bien, que para eso vivimos en democracia) “Preservación de la identidad del detenido” especularía un legalista. Pero conociendo antecedentes como el del cuartel de la guardia civil en Roquetas de Mar (un detenido muerto), o el de la comisaría de los MossosEsquadra (una ciudadana rusa golpeada con la evidencia del vídeo grabado), perdonad que piense mal. Me podrán llamar ruin malpensado, antisistema amargado, urdidor de conspiraciones. Lo que quieran. Pero los inocentes y catetos patrones “Disney” los dejo para los ensoñadores. Amnistía Internacional asegura que aquí se sigue practicando la tortura en las comisarías. ¿O acaso no recuerdan las fotos de Unai Romano, allá por el 2002? En ellas, y a modo de publicidad de clínica de estética, aparecía el chaval antes y después de pasar por las dependencias policiales. La segunda instantánea mostraba a Unai con la cara desfigurada, probablemente como consecuencia de una exhaustiva limpieza de cutis por parte de algún agente. Atendiendo al tamaño de la inflamación, igual se cayó voluntariamente quince veces por las escaleras. O igual se infligió a sí mismo 200 puñetazos como 200 soles. En fin. Los desdichados encapuchados partieron camino a no sé dónde. Yo dejé marchar mis pasos, apabullado por lo visto y por el último trago de cerveza caliente que me quedaba en el litro y que tuve que escupir como guiño cómplice al buen gusto. Lo que pasó allí dentro, desgraciadamente, nunca lo sabré.

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