jueves, 16 de noviembre de 2006

Otra vez Palestina y van ...

Suma y sigue. Tras el indiscriminado ataque israelí sobre suelo libanés de hace unas semanas, el ejercito sionista, con la anuente y repetida excusa de luchar contra el terrorismo, lanzó un nuevo ataque contra sus enemigos y rehenes domésticos. Los palestinos, claro. 19 de ellos, todos civiles, cayeron abatidos ante las despiadadas balas del gobierno de alianza entre Olmert, heredero natural de Ariel Sharon, y los ultraortodoxos judíos. Pero esta vez la agresión, además de ser un instrumento intimidador ante la población, posee un segundo propósito que la hace más retorcida y aviesa si cabe: la de generar una guerra civil entre palestinos que facilite la continuidad de la ocupación sionista. Y no ha sido algo espontáneo, ya que la premeditación y el diseño casi quirúrgico de la operación han sido evidentes a lo largo de mucho tiempo. ¿Cómo crear un conflicto entre palestinos? Sencillo. Los servicios secretos israelíes estimulan y promocionan la creación de un movimiento palestino de corte ultrareligioso que haga frente al pétreo y belicoso Arafat y su formación política: Al-Fatah. Divido a la opinión pública entre esta nueva opción, Hamas, y la de Al-Fatah, instaurando así, muy subrepticiamente, la disensión ideológica y la desestabilización política del adversario. Esto último quedó patente cuando hace poco Hamas ganó las elecciones legislativas en Palestina y el primer ministro designado, Ismael Haniyeh, tuvo que cohabitar con el presidente de la Autoridad Palestina, Abbu Abbas de Al Fatah. Los ingredientes estaban sobre la mesa. Sólo faltaba calentar el aceite. La rivalidad y animadversión entre ambas facciones comenzó a dar forma a lo que parecía una incipiente guerra civil: encendidas declaraciones e invectivas entre representantes de ambos partidos, escaramuzas armadas entre sus seguidores, etc. El gran oso israelí observaba solazoso desde su guarida como los palestinos encontraban nuevos rivales dentro de su “encorsetado” estado, y como desplazaban a Israel en su jerarquía de enemigo número uno en favor del disidente interno. Ni que decir tiene que en una situación guerracivilista como la que se preveía, el ejercito sionista tendría patente de corso para reinvadir los territorios ocupados en aras de una supuesta pacificación del terreno, prorrogando de nuevo y sin visos de caducidad la anormalidad territorial de la zona que data ya de 1967. Pero he aquí que Hamas y Al-Fatah, en un ejercicio de posibilismo político, deciden crear un gobierno de concentración palestino que acabe con el conflicto interno y ponga bien a las claras que sólo Israel es el culpable de su aciaga situación. Alarmas de arrebato sonaban en Tel-Aviv. El plan sionista empezaba a fallar. Olmert, acechado por los ultraderechistas judíos, decide bombardear los territorios ocupados con la esperanza de que, en una situación de caos, los palestinos vuelvan a culparse entre ellos y reconducir de este modo su plan inicial. 19 muertos es el resultado de la tirita que el gobierno israelí puso a su megalómana estrategia. 19 muertos que, para variar, supusieron la condena por parte de la comunidad internacional, entusiasta en el menor de los casos, velada, discreta y nula en la mayoría de ellos. De hecho en una reunión Olmert-Bush, posterior a la agresión y en la que se suponía iba a escenificarse un tirón de orejas al primer ministro israelí, se convirtió en una cena de amigos llena de complicidades y en la que sólo se escuchó la sempiterna serenata del terrorismo internacional, del enemigo común, Irán, Iraq...

Contemplada la situación, uno se da cuenta de la rentabilidad y el rédito que el primer mundo obtiene del estado paranoico-terrorífico en el que nos movemos y que preconiza. Es más: si vislumbra que algún conflicto decae o se extingue, lo atiza con la única finalidad de mantener su preponderante y hegemónico Statu-quo. Lejos de suponerle una extorsión, conflictos como el palestino, el iraquí o cualquiera que adobe el mundo, son la coartada perfecta para que sus políticas “democráticas” y designios económicos sigan siendo los dominantes.

PREGUNTA ESTÚPIDA:

Trasladando el tema al conflicto vasco y su proceso de paz, ¿por qué en el estado español hay gente de una muy concreta orientación política, que está deseando que “estalle la bomba” y fracase el intento de pacificación para así seguir ganando elecciones y autoerigirse en garantes de la libertad?

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