sábado, 7 de octubre de 2006

Ni Dios, ni ....

¿Habrá que recordarle a Benedicto XVI, gran juez de pecados ajenos y escamoteador de los propios, que la Iglesia Católica creó en Aragón y Castilla la Inquisición para conservar, entre otras lindezas, la pureza de sangre de sus habitantes y eliminar la que tuviera rasgos moriscos o sefardíes? ¿Se da cuenta de que su Iglesia creó un terrible precedente que después sería referencia en la loca carrera de exterminios raciales que han jalonado la historia ( exterminio judío por parte de los nazis)? ¿O que, de la mano de los reyes católicos, llevase a cabo una de las colonizaciones más sangrientas de la historia, la de América, en la que cruz y espada se confundían en el mismo filo asesino? ¿Tendrá este prohombre suficiente memoria histórica para contemplar y reconocer el apoyo activo y oficial que su Iglesia Católica dio al franquismo, calificando de santa cruzada la Guerra Civil y portando después a Franco bajo palio? ¿Tendremos que espetarle el bochornoso silencio de Pío XII ante el exterminio nazi? ¿O su negativa a los matrimonios civiles entre homosexuales o al estudio y aplicación médica de las células madre, saliéndose descaradamente de su divina jurisdicción? ¿Será necesario abrirle la percepción ante las palizas que algunos de sus acólitos más viscerales propinaron a los autores de la obra “Me cago en Dios”, o la bomba con que reconocieron el ingenio de Leo Bassi?


Como ve, señor BenedictoXVI, usted no es quien para denunciar las actitudes violentas del Islam, que lo son, cuando semejantes atrocidades acaecieron en su casa y ni un furtivo perdón se ha escapado de su boca.


Pero llegados a esta punto se me ocurre que el verdadero problema no lo constituyen ni los mandatarios religiosos ni sus actividades puntuales. El auténtico radica en la existencia misma de las religiones y en su proselitismo. Ulises decía en La Odisea que “el hombre sólo dejará de ser esclavo cuando mire al cielo y deje de ver a Dios”. Efectivamente, cuando el hombre deje de interpretar todas las elipsis existenciales que le adornan y trastornan desde un punto de vista sobrenatural, y encuentre amparo en la racionalidad científica, será un poquito más libre. Sin embargo se impone la explicación religiosa de la realidad, ya sea por comodidad o por épica, y porque es más fácil someter al hombre con castigos divinos, amenazas ignotas y temores supersticiosos que con interpretaciones técnicas de porqué ocurren las cosas.

La Biblia, el Corán y el Talmud seguirán pronosticando la muerte de nuestras vidas, y de paso negándoles todo su esplendor; pero aquí la verdad seguirá siendo nuestra deidad, la ciencia nuestra religión, la prueba nuestro estado de gracia y la duda nuestra liturgia.


Ateo di-agnosticado

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